1/11/2013

Jorge Andrés Acevedo


ORACIÓN A LA LLUVIA

A: Fernando Soto Aparicio


Afuera el mundo nos llama. Desde afuera nos grita “rebeldes”, nos declara desprotegidos; se sienta a esperar nuestro regreso, como si fuéramos a volver algún día.

Afuera preguntan: ¿Dónde están? ¿Qué hacen? ¿Cuánto tiempo les durará la gloria?

Afuera llueve.

Si salimos a caminar nos rodean, ponen otro camino delante de nuestros pasos. Ponen sombras. Los hombres del mundo de hoy dibujan sombras sobre la ruta que decidimos seguir. Gritan. Muestran sus heridas mientras vamos caminando. Reclaman nuestra piedad. Dicen que tienen derecho a sentir nuestras caricias. Se disfrazan de dioses para que recobremos la fe. Quieren ser la oscuridad para nuestros ojos que solo ven donde no llega la luz.

Afuera llueve.

Afuera pasan cosas que el mundo no ve. Cosas que no existen si no las nombran nuestros labios. Cosas que se olvidan a menos que nuestros dedos decidan reconstruirlas. No es el olvido parte de nuestro lenguaje. Nadie pasa delante de nosotros como si nada. A nadie dejamos ir sin ser condenado a recordarnos. Afuera quieren arrebatarnos el derecho a recordar.

Somos los seres que no viven el invierno. Afuera llueve pero no llegan los relámpagos a nuestros oídos, ningún trueno registra la retina. No hay frío para la piel.

Resistimos. Es muy brillante la oscuridad que habitamos. Perfectos acordes juegan a hacer eco en el silencio que construimos con pedacitos de pestañas. Alguna gota de sudor nos sirve para calmar la sed. Destruimos el hambre con la saliva de otro.

Mientras llueve recomponemos el desencanto. Pequeños seres nos invitan a marchar en sus calles congestionadas. La belleza de sus cuerpos quisiera hablarnos. En susurro nos grita. Pero no escuchamos. Y si escuchamos jamás obedecemos. Jamás seguiremos la senda de no soñar.

Resistimos.

Afuera anuncian males para nuestros cuerpos. La brisa los despoja de la rabia, los pone de rodillas ante el sonido de la voz; tal vez los consuela un poco saber que somos tristes, lo que componen nuestras manos lleva el ritmo de la soledad, nacimos con el idioma de los desencantados, el sino de la desolación nos rige.

Mientras llueve la piel nos duele. Mientras llueve el alma nos pregunta por qué no existe el amor para nosotros. No faltará quien nos pregunte si elegimos este destino o nacimos con él.

Las primeras páginas que leímos resuenan en nuestra cabeza y lo harán para siempre. Les tengo una buena noticia: el primer libro que leímos impondrá su sonido en nuestros laberintos, será su música lo que imponga el ritmo de nuestro corazón de poetas. No escucharemos la ciudad ni a sus hombres.

Mientras llueve resistiremos a un mundo que intenta obligarnos a no soñar, a no creer. Llevaremos a cuestas un placer doloroso.

Agradecemos a Dios la dulce condena de escribir hasta que la muerte —a la que ya le habremos escrito mucho— venga por nosotros. 

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